Recuerdo una noche muy divertida con mi familia en el parque. Compramos comida de McDonald's y comimos allí. Fue una noche genial. Comí muchísimo y jugué con mucha energía. Pero al llegar a casa, me puse enfermo. Después de esa noche, no mejoré.
A los 8 años, sufrí una cetoacidosis diabética. Durante una semana, mis síntomas empeoraron, desde sed y micción frecuentes hasta calambres abdominales e incapacidad para retener alimentos. El 29 de abril de 2010, me encontraba en la UCI del Hospital Infantil Loma Linda; ese día mi vida cambió para siempre. Pero también fue el día en que descubrí el trabajo humanitario.
Soy artista. Siempre lo he sido. Mi estancia en el hospital no cambió eso. Una vez que me recuperé lo suficiente de la gravedad de mi enfermedad, empecé a colaborar con todas las organizaciones benéficas que me visitaban. Hicimos arte, charlamos, me regalaron peluches y me inspiré. Eso me marcó.
Si no hubiera sido por mi diagnóstico y mi estancia en el hospital, jamás me habría dedicado al trabajo benéfico. Casi 15 años después, confecciono disfraces para obras de caridad. He visitado hospitales disfrazada para llevar alegría en tiempos difíciles. Me visto de superhéroes y llevo mi bomba de insulina a la vista con orgullo. Los niños ven mis disfraces y saben que pueden crecer y ser quienes quieran, sin importar la diabetes. Incluso un superhéroe.