Tenía 21 años cuando me diagnosticaron diabetes tipo 2. Sin saberlo, llevaba varios años presentando síntomas: siempre tenía sed, estaba cansado y necesitaba ir al baño con frecuencia. Ni a mí ni a mis padres se nos ocurrió que algo grave estuviera pasando.
En 2007, ya tenía pendiente un chequeo médico, y el médico me encontró azúcar en la orina y me mandó a hacer un análisis de sangre. La noche anterior me tomé dos litros de refresco, algo bastante común en aquella época. Al día siguiente, cuando me hicieron la prueba de glucosa, ¡superaba los 600 mg/dl!
No me realizaron ninguna prueba especial a pesar de no coincidir con el fenotipo. Era joven, apenas pesaba 54 kg y, por lo demás, gozaba de buena salud. En términos relativos, mi estilo de vida era todo menos saludable. Fumaba mucho, bebía mucho, no hacía ejercicio y mi dieta no era lo que se llamaría equilibrada. No era el único en mi familia con diabetes; tenía abuelos y tíos que vivían con diabetes, pero nadie hablaba de ello y todos la desarrollaron mucho más tarde en sus vidas. Fue un shock y, sin duda, un momento aterrador para mí y mi familia inmediata.
Varios años después, creo que cuatro o cinco, me rediagnosticaron diabetes tipo 1. Nuevamente, no me realizaron pruebas de péptido C ni de anticuerpos, solo un cambio drástico en la terapia que no funcionó muy bien. Finalmente, intervino un endocrinólogo y sugirió que podría tener MODY (diabetes de inicio en la madurez en jóvenes). Algo de lo que nunca había oído hablar y que consultaba habitualmente con médicos que tampoco lo conocían. Era pobre y no tenía un buen seguro médico, así que no podía permitirme hacerme pruebas genéticas. Reanudamos el tratamiento como si tuviera diabetes tipo 2 y me aferré a esta posibilidad durante años.
A medida que fui creciendo, me di cuenta de que los tratamientos farmacológicos y la dieta no serían suficientes ni siquiera para mantener un nivel de HbA1c estable. Decidí empezar a correr como una forma accesible de hacer ejercicio. Descubrí rápidamente una pasión por los senderos y pronto corrí carreras de 5k, 10k y medias maratones. Un par de años después, me adentré en el mundo de las ultramaratones y no he mirado atrás desde entonces. El desafío físico y mental, sumado al obstáculo adicional de vivir con diabetes, se ha convertido en un gran motivo de orgullo. Es un camino que todavía estoy recorriendo. No termino tantas carreras como antes, pero mi ambición nunca decae. Me motiva seguir demostrándole a la diabetes que no puede detenerme.
Hoy en día, tengo seguridad financiera y un excelente seguro, lo que me ha permitido formar un equipo médico en el maravilloso Centro de Diabetes Joslin de Boston. Actualmente, estamos trabajando arduamente para investigar la MODY y adaptar mejor mis terapias farmacológicas, ¡y me estoy preparando para correr mi próximo ultramaratón en unas semanas!